Éramos dos almas destinadas a amar,
dos almas destinadas a volar.
Dejamos huella en cada paso de esta ciudad.
Las calles fueron testigos de esas tardes sin pensar,
de esos besos sin dar.
Todo por miedo, miedo al que dirán.
Pero al final de la tarde éramos libres, libres sin más.
Diana Elizabeth Campos Mancilla